Ficción Democrática y Real Corrupción
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RESUMEN:
En el presente ensayo, el autor sostiene que la democracia, entendida desde Abraham Lincoln como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, es en nuestro país tan solo una simulación utilizada por los demagogos para conseguir objetivos personales o de grupos egoístas. En tanto que la corrupción, y siempre tomando como referencia nuestra realidad política e institucional, viene a consumarse como una las peores lacras que pueden azotar una sociedad; una realidad vergonzosa que se la practica a diario, tanto por parte de gobernantes, como de un abigarrado grupo de esbirros de turno.
PALABRAS CLAVE:
Democracia, Corrupción, Ecuador, crisis política, fenomenología política.
INTRODUCCIÓN
El trabajo “Ficción Democrática y real corrupción” lo elaboré por un sentido de responsabilidad académica, aunado con un sentimiento de coraje por la realidad social imperante en el Ecuador.
La democracia, que al decir de Abraham Lincoln es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, en nuestro país es tan solo una simulación utilizada por los demagogos para conseguir objetivos personales o de grupos egoístas. Mientras que la corrupción, una las peores lacras que pueden azotar una sociedad, es una realidad vergonzosa que se la practica a diario, tanto por parte de gobernantes, como de un abigarrado grupo de los esbirros de turno.
El fin de la guerra fría permitió afianzar los privilegios insoslayables de libertad y democracia, porque se evidenció el colapso de los regímenes totalitarios y el fin de la planificación central de la economía. Como única alternativa válida para el mundo se estableció el esquema neoliberal, el mismo que ha demostrado en exceso su ineficacia social, con las terribles consecuencias de hambre y miseria en los países de la región, originando la locura por el poder de agrupaciones partidistas que se acostumbraron a seducir a las masas para luego repartirse las exacciones en forma torpe porque se consideran los encomenderos del nuevo siglo.
La actual crisis mundial debe hacernos comprender sobre la necesidad de un capitalismo democrático, en donde ya no cabe el estribillo del desarrollo económico per se, que contempla exclusivamente la oportunidad de que los ricos acrecienten sus fortunas, sin importarles las legiones de pobres que cada día son más desdichados, por lo que ha llegado la hora de que los gobernantes atiendan más de cerca los problemas sociales. Por supuesto que no se trata de justificar un estado benefactor, en donde se llegue a la insensatez de premiar la holganza y la falta de creatividad, pero si es necesario que el Estado intervenga como regulador, porque de esa manera, por ejemplo, se lograría preservar el medio ambiente, la conservación de los ecosistemas, la biodiversidad y la integridad del patrimonio genético del país, en donde actualmente con la falacia de una distorsionada libre empresa se ha procedido en forma demencial a la sobreexplotación de los recursos naturales, con lo que a muy corto plazo conseguirán que la tierra se convierta en una geografía lunar, donde ahí si no habrá diferencia entre acaudalados y menesterosos, porque quizás solo podrán sobrevivir las cucarachas.
Hay que hablar sin timidez, pero también sin soberbia, de la globalización, de la modernización, de la macroeconomía, de las inversiones extranjeras, etc. Plantear los mecanismos reales para combatir el desempleo y la corrupción. Formular el crecimiento con equidad. Analizar sin ambages el fracaso del neoliberalismo.
Luchar porque se cumplan con los derechos humanos, que de manera tan frívola se los pregona y en forma tan canallesca se los viola.
Cuando Francis Fukuyama escribió “ El fin de la historia y el último hombre”, cuya primera traducción al español corresponde a 1992, nunca pudo imaginar que a la vuelta de muy pocos años declararía ante el New York Times que aceptaba la posibilidad de su equivocación sobre la tesis que produjo el alborozo de todos quienes compartieron la idea de que la desintegración de la Unión Soviética significaba la consagración definitiva del capitalismo a ultranza, sin haber tenido la preocupación de espulgar las lacras que existen en todo sistema, tanto en el de los zares del credo marxista que consideraban a la opresión como normal, así como el libertinaje sin barreras que predicaban los profetas de la religión neoliberal, en cuyo nombre se postraron ante el becerro de oro y se olvidaron del hombre como criatura de Dios.
Fukuyama habló de los diferentes regímenes que han aparecido en el curso de la historia, resaltando que la única forma de gobierno que sobrevivió intacta hasta los últimos años del siglo XX era la democracia liberal. Aunque con toda la exaltación que lo embargaba, el autor de ancestro nipón quizás vislumbró su actual frustración, porque en el mismo libro se interroga sobre si podrá sostenerse a si mismo y en forma indefinida el modelo liberal o algún día se derrumbará a causa de una podredumbre interna, como le ocurrió al comunismo.
Después de tantos años de haberle dado al Fondo Monetario Internacional la categoría de oráculo, al cual los tercermundistas solo podían escuchar con respeto y veneración por su publicitada sabiduría y doctrina, resulta que no había sido más que un tótem parlanchín que se dedicaba a aconsejar estupideces. ¡Cuántas penurias fiscales, cuántas crisis económicas, cuántos pagos sin sentido, cuántos desgobiernos nos hubiéramos evitado si la verdad se hubiese comentado con anterioridad al estallido de los principales mercados subordinados al capitalismo!. Esto hace necesario recordar que se trata de un organismo que empezó a funcionar desde 1945, a raíz de los acuerdos tomados en la Conferencia de Bretton Woods, en julio de 1944, en donde los miembros con cuotas más altas son los países más industrializados del planeta, quienes nombran a los directores que son los encargados de aplicar políticas monetarias, comerciales, cambiarias y todo el recetario, más los intereses, que han venido aplicando sin ton ni son a los países que antes estaban enfermos y que ahora agonizan, por efecto de un sistema que solo ha servido para que la raza humana asista al Apocalipsis que el apóstol San Juan reveló en su destierro de Patmos.
América Latina no podrá resistir más los cilicios torturadores del neoliberalismo, porque al grupo mayorítario de desempleados y subempleados se ha unido una clase media pauperizada, por lo que los gobiernos tendrán que responder por la rebelión o por la represión, lo que no permitirá la reactivación de las economías, porque, además, el cuento de la restricción del gasto público no lo cree nadie, así como sería de ilusos el suponer que desaparecerá la corrupción administrativa, cuando los pandilleros de muchos gobiernos todavía siguen asaltando las dependencias oficiales, siendo así que nuestros países sufrirán horriblemente por los efectos de la fractura neoliberal, no sólo por la globalización de la crisis, sino también porque nuestros gobernantes usualmente han sido dependientes de los criterios mezquinos y autoritarios de una clase dirigente insaciable, a la cual es imposible solicitarles una moratoria en sus iniquidades, porque durante decenas de años se acostumbraron a hacer lo que les da la regalada gana.
El mensaje es claro y preciso. Hay que olvidarse de vivir a base del financiamiento o ayuda externa. Es la respuesta del sistema financiero mundial ante la crisis económica que azota especialmente a los países subdesarrollados. El grupo de los siete se pronunció rotundamente por la dificultad de seguir entregando más apoyo a las entidades crediticias internacionales, ante lo cual el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial optaron por la propuesta aún difusa de revisar el actual ordenamiento económico que afecta a la mayoría de los países del mundo y que, inclusive, podría acarrear consecuencias en el corto plazo a los Estados Unidos de América y a Europa Occidental.
La exposición del ex-presidente Bill Clinton, representante de la nación más poderosa que haya conocido la humanidad, fue concreta al subrayar que las economías prácticas y sólidas son necesarias para el futuro, resaltando que las democracias y las políticas sociales no son enemigas del mercado, aconsejando aumentar el comercio y abrirse más para ampliar el crecimiento. No se olvidó en recordar que los préstamos que se consigan o se hayan conseguido deben ser canalizados debidamente, en clara alusión a la irresponsabilidad de las instituciones de crédito y a los gobiernos corruptos que receptan y malgastan dichos fondos. Con una retórica al más puro estilo norteamericano, no se olvidó de mencionar una frase de Franklin D. Roosevelt: “El único freno para las realizaciones de mañana, son las dudas de hoy”.
En buen romance, a Latinoamérica, en general, y al Ecuador, específicamente, solo les queda un camino y es el de la honradez, que no es precisamente la virtud que se practica en nuestro país que se encuentra clasificado como uno de los más corruptos del planeta. Claro que será un trabajo ciclópeo, porque las estructuras están corroídas hasta los cimientos, habiéndose generado una clase dirigente-en todos los campos- que al hedonismo agregó la cleptomanía como aberración complementaria para robarse todo con el mínimo de esfuerzo.
Sin embargo de las lejanas esperanzas de apoyo por parte de los chulqueros internacionales y de los inversionistas extranjeros, como ayuda para la crisis de nuestros pueblos únicamente se ha logrado la posibilidad de que el Ecuador firme con la Fundación Carter un convenio para la aplicación de un plan piloto de prevención en los actos de corrupción, que nunca fue implementado por el ex-presidente ecuatoriano que mentalizó este proyecto y que debió aplicarse desde los días en que manejó los destinos del país.
Así como los genios del neoliberalismo impulsaron la globalización, por la que se creó una urdimbre cuyos hilos más delgados corresponden a América Latina, que inicia una etapa de mayor hambre y miseria, tenemos la obligación de recordarles que en 1986, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó un texto sobre el derecho al desarrollo, en que afirma que “La persona humana es el sujeto central del proceso de desarrollo y que toda política de desarrollo debe por ello considerar al ser humano como participante y beneficiario principal del desarrollo”. En el mismo texto, la Asamblea insiste en las obligaciones correlativas que ese derecho conlleva para los estados: el deber de cooperar mutuamente para lograr el desarrollo y promover políticas de desarrollo internacional y, en el plano nacional, garantizar para todos “ el acceso a los recursos básicos, la educación, los servicios de salud, los alimentos, la vivienda, el empleo y la justa distribución de los ingresos”.
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