Estado, Instituciones y Desarrollo Urbano
Autor: Dr. Ricardo Carlos GASPAR
PALABRAS CLAVE:
Estado nacional, urbanización, ciudades globales, economía regional, metrópolis, escalas geográficas, instituciones, gestión territorial.
RESUMEN:
La urbanización acelerada y los cambios tecnológicos verificados en las últimas décadas están produciendo una nueva geografía de poder en el mundo, con centros metropolitanos y regiones asumiendo creciente importancia en la economía y política globales, El presente análisis aborda esas transformaciones, postulando que el énfasis en los gobiernos locales y en los espacios urbanos no significa que el Estado-nación haya perdido su centralidad pues es él aún la instancia de poder decisiva para dar soporte, sostenibilidad y coherencia a las estrategias regionales y locales de desarrollo, en un marco de crecientes y complejas interacciones entre distintas escalas geográficas.
INTRODUCCIÓN.-
Las nuevas tecnologías y la transnacionalización creciente de los circuitos del capital acarrean profundos cambios en la relación entre las diversas escalas de articulación geográfica, así como sensible alteración en el funcionamiento del aparato de Estado, en todas las esferas del poder.
El presente texto aborda esas cuestiones, iniciando con el rol del Estado-nación en la construcción del sistema mundial moderno, avanzando con la nueva geografía del poder global en la contemporaneidad, la inserción de grandes ciudades en ese circuito político planetario, y finalizando con la discusión de los desafíos institucionales que la múltiple interacción de las escalas geopolíticas (del local a global, con las mediaciones regionales y nacionales) imponen.
Estados en la economía global.-
Empezamos este pequeño ensayo con un principio general, de índole axiomática: el de que procesos tales como la urbanización contemporánea solo se pueden comprender cabalmente a trabes de sus articulaciones con amplias corrientes de la economía – mundo, las cuales rompen barreras espaciales y limitaciones temporales, mas allá e influencias relaciones sociales en diferentes niveles.
Desde los albores de la modernidad, la economía-mundo capitalista manifestó su vocación mundial, abarracando todo el planeta. El impulso al cambio progresivo de las condiciones materiales de producción y el carácter destructivo-creativo han sido su marca genética. El objetivo supremo de expandir los espacios de valorización del capital ha implicado siempre la búsqueda constante por nuevas fuentes de insumos productivos y nuevos mercados; así como también la concurrencia intercapitalista, intensificada por el desarrollo tecnológico, sucesivamente ha incorporado diferentes regiones del planeta en los circuitos de reproducción sistemática. La producción y control del espacio son su lógica intrínseca. En esa base, el sentido global es inherente al apropia constitución embrionario del capitalismo, partiendo de las ciudades-estado italianas de los siglos XIII e XIV, astringiendo, en el periodo de formación del capitalismo monopolista de estado, a finales del siglo XIX, y de la expansión financiera de fines de la década de 1960 hasta los días cuales, sus momentos culminantes.
En el tiempo histórico, el modo de producción capitalista se desenvolvió simultáneamente en el plan territorial, al identificarse con el sistema de Estados-nación y en el plan no territorial, mediante la construcción de organizaciones empresariales que abarcan el mundo entero, transcendiendo la esfera de los Estaos particulares.
La peculiaridad del sistema mundial moderno es que una economía-mundo haya sobrevivido más de quinientos años, forjando su propia geografía histórica, sin que se haya transformado en un imperio mundial. Esa singularidad – el secreto de su fortaleza – explicada por el aspecto político de la forma de organización llamada capitalismo, “capaz de florecer precisamente porque la economía-mundo contenía dentro de sus límites no uno, sino múltiples sistemas políticos” (Wallerstein, 1979:491).
El no reconocimiento de la importancia de los sistemas de poder interestatal y de los padrones monetarios internacionales para los desarrollos económicos nacionales fue el “primer gran error de previsión de la economía política clásica” ( un tema clásico de los mercantilistas y abjurado por liberales y marxistas) – o sea, la suposición del crecimiento y difusión universales de la riqueza capitalista y su corolario, la disminución del poder y de la competencia entre los Estados territoriales-, “que deberían se sustituidos por los mercados o (…) por una grande y única confederación mundial” (Fiori, 1999: 16-7). Ello no ocurrió absolutamente: Estados y monedas continuaron cumpliendo un creciente protagonismo en el escenario mundial.
En otros términos, e introduciendo la especificidad de las ciudades como incubadoras de la era moderna y de generación de riqueza privada “la particularidad del Occidente fue la formación simultanea del estado absolutista y de la propiedad privada plena, de la centralización del poder volcado a la acción económica u la autonomía de las ciudades” (Medeiros, 2001: 92). Para Tilly, “por detrás de los cambios geográficos de las ciudades y Estados actuaba la dinámica del capital (cuyo campo preferido eran las ciudades) y de la coerción (que se cristalizaba sobretodo en los estados)” (Tilly, 1996:50).
Al finalizar la II Guerra Mundial, las políticas macroeconómicas de sustentación de la demanda efectiva, promovidas por el Estado, demarcaran los términos de la radical reforma del sistema de mercado, verificada en aquel período.
El propio fortalecimiento de los estados nacionales tuvo en la Guerra Fría un poderoso estímulo, pues la capacidad de controlar sus sociedades atenuaba significativamente la amenaza de invasión enemiga. El debilitamiento de la gobernabilidad de los Estados nacionales, en particular después de los acontecimientos de 1989 en el este europeo, resalta la especificidad del cambio ocurrido: “ Lo que ha terminado, en 1989, fue una estructura específica de conflictos entre grupos aliados de Estados-nación (…)[La Guerra Fría] ha reforzado la necesidad del Estado-nación, de su capacidad militar y de sus formas de regulación económica y social, en el nivel nacional, necesarias a su sustentación” (Hirst y Thompson, 1998:270-1).
A la fuerte crisis económica de los años 1979 se agregó el cuestionamiento directo de la supremacía americana en todo el mundo de la época, expresado en acontecimientos de carácter político, cultural y militar.
Sin embargo, los EEUU reaccionaron fuertemente al debilitamiento y a los desafíos a su soberanía: a partir de 1979, la política del dólar fuerte y la escalada política, militar e ideología universal cambiaron rápidamente el juego a su favor. El colapso del poder supranacional soviético y del bloque socialista, a fines de la década de 1980, ha consolidado la primacía de la hegemonía norteamericana global.
Apertura, desreglamentación y privatización se tornan los nuevos paradigmas de eficiencia macroeconómica. Políticas monetarias austeras, realineamiento del cambio y equilibrio fiscal son las herramientas de intervención recomendadas.
La presente fase de internacionalización de los circuitos comerciales. Productivos y financieros, asociada a los significativos avances en las tecnologías de información y comunicación, se evidencia con claridad a partir del último tercio el siglo XX. Sin embargo, “la finanza es global, los intereses en juego no” (Jeffers, 2005:173). El sistema interestatal continua, en el horizonte temporal previsible, el núcleo primario del poder mundial, pero dividiendo sus jurisdicciones con otros actores que surgieron o se fortalecieran en el pasado reciente-entre ellos, las ciudades –regionales globales-.
El nuevo papel del estado como emprendedor posee dos componentes:”primeramente, su posición como agente central lo implica en el rol crucial de proveer una visión para el futuro en un periodo de transformación. En segundo lugar, su papel como constructor de instituciones le permite dar realidad institucional a esa visión, así como a la emergente estructura de coordinación” (Chang, 2003:69). Esa insubstituible función de la instancia pública en nuestra era histórica es válida para todas las esferas de poder, del local al global.
Luego la dimensión nacional permanece como un inevitable marco de referencia, pues su:
“Enorme complejidad y larga captura de la sociedad y de la geopolítica lo torna [el Estado nacional] un sitio estratégico para la transformación- esta no puede simplemente advenir de afuera. Lo que esa categoría [la desnacionalización] no acarrea es la suposición de que la nación-estado como una forma dominante irá a desaparecer, pero si que, adicionalmente al hecho de ser el centro de alteraciones clave, ella será, en si misma, una entidad profundamente diferenciada” (Sassen, 2006:423).
Naciones y regiones en la nueva geografía del poder.-
Así, contrariamente al que propaga el mainstream económico, el Estado sigue jugando un rol protagónico en la escena global, aunque sus funciones y estructura hayan cambiado significativamente en las últimas décadas. Si eso es cierto en la arena nacional y mundial, no es menos seguro en los niveles subnacional y local.
Los nuevos dictámenes productivos y tecnológicos, las innovaciones financieras, la apertura comercial de los países y el rápido avance de los mecanismos de conectividad global propician la emergencia de diferentes actores en la escena mundial. La geopolítica del planeta asume hoy una apariencia plural, heterogénea.
En el interior de la actual reflexión sobre el rol de las administraciones locales y el tema de la gobernabilidad, es importante intentar establecer mediaciones precisas entre las esferas local, regional y la global del desarrollo socioeconómico, contemporáneamente demarcadas. En ese mosaico, se destacan las grandes metrópolis globales y el recorte regional, desde la escala micro, involucrando áreas geográficas subnacionales, hasta los bloques económicos macro-regionales, de grandes dimensiones espaciales, incluyendo muchos países.
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