LA MISERICORDIA, LA JUSTICIA Y LA REFORMA AL PROCESO CANÓNICO DE NULIDAD MATRIMONIAL
MERCY, JUSTICE AND THE REFORM OF THE CANONIAN PROCESS OF MARRIAGE NULLITY
AUTOR: ELIZABETH MERO SÁNCHEZ
RESUMEN
Las Sagradas Escrituras nos enseñaron que Dios tiene misericordia infinita y al mismo tiempo tiene una justicia perfecta, ambos conceptos podrían parecer contradictorios, la justicia es un concepto fundamental para la sociedad cuando, normalmente, se hace referencia a un orden jurídico a través del cual se aplica la ley; pero en el derecho canónico, tiene una connotación mayor, propia del fin sobrenatural de la Iglesia. “La justicia perfecta de Dios es misericordia infinita” (Francisco I, Tangente, 2016). Es propio que en este año del Jubileo extraordinario de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco se otorgue al pueblo de Dios nuevas oportunidades de alcanzar el estado de gracia, lo que entre otras, ha conducido a la transformación del proceso de declaración de nulidad matrimonial, en consideración a las parejas separadas y en especial las divorciadas y vueltos a casar civilmente, para que puedan resolver su duda de conciencia sobre la validez o nulidad de su matrimonio, con un proceso más rápido y eficiente pero manteniéndose intacta la esencia del sacramento del matrimonio, para descubrir a la luz de la misericordia y la justicia, la verdad sobre su situación irregular, que les causa tanto sufrimiento y provoca que se sientan alejados de la Iglesia.
PALABRAS CLAVE: Nulidad matrimonial, jubileo, reforma, el proceso canónico.
INTRODUCCIÓN
El Santo Padre en su bula Misericordiae vultus, con la que convocó oficialmente el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que inició el 8 de diciembre de 2015 y que finalizará el 20 de noviembre de este 20161 y destacó que no existe contraposición entre la justicia y la misericordia. El Papa Francisco I (2015) manifiesta que “La justicia por sí misma no basta y la experiencia señala que apelando solo a ella se corre el riesgo de destruirla”.
Como profesionales o estudiantes de jurisprudencia, trabajamos día a día inspirados por la justicia, desde nuestras primeras lecciones de derecho aprendimos el concepto de Ulpiano que la justicia es dar a cada uno su derecho, lo que le corresponde, entonces, ¿cómo podemos entender en nuestra mente defensora y exigente de derechos correspondientes que la justicia perfecta implica perdonar al agresor, olvidar lo pasado, desearle todo bien, y si es posible ayudarlo a que tenga un arrepentimiento sincero que purifique su alma?
¿Cómo se puede hacer para que estas realidades que, ante los ojos de un jurista, se contraponen, se puedan conciliar en una sociedad que cada día exige su bienestar individual y se basa en soluciones personales y relaciones desechables?
Esta pregunta San Juan Pablo II (1999) la aclara en su encíclica Dives in Misericordia, “la misericordia es el encuentro de la justicia divina con el amor: el beso dado por la misericordia a la justicia” (no.9). Pues justamente es esa misericordia de Dios que nos lleva al cumplimiento de la verdadera justicia, pero de que estamos hablando entonces, la verdadera justicia no pide la retribución de lo que hemos recibido. Es realmente el cenáculo de un amor verdadero.
Las Sagradas Escrituras nos presentan a Dios como misericordia infinita pero también como justicia perfecta. Parecerían dos realidades que se contraponen, pero no es así, porque la misericordia de Dios es lo que hace que se cumpla la verdadera justicia. Si pensamos en la administración legal de la justicia, vemos que quien se considera víctima de una ofensa se dirige al juez del tribunal para pedir justicia: una justicia retributiva que inflige una pena al culpable, siguiendo el principio de que a cada uno se le da lo que se merece. Pero ese camino no lleva a la verdadera justicia porque en realidad no vence al mal, solamente lo limita. En cambio, solo respondiendo al mal con el bien se le derrota completamente. (Francisco I, 2016)
Solo respondiendo al mal con el bien se lo derrota verdaderamente, cuando confiamos en la justicia divina, la mayoría de las veces es cuando hemos agotado las formas de aplicar nuestra justicia humana sin tener el resultado deseado, entonces ante esa impotencia de no tener la justicia en nuestras manos confiamos en la justicia divina, que ella haga lo que nosotros no pudimos o que la sociedad y su marco legal no nos permitió.
Las Sagradas Escrituras nos enseñan a perdonar al que nos ofende, acercarnos a éste y hacerle reflexionar sobre el mal que nos ha causado, se apela a su conciencia, y si sobre esto podemos hacer que se arrepienta y deje de infringir el mal, estamos logrando que el agresor u ofensor sea un hombre justo, que lo que nos hizo daño deje de existir, es decir, arrancaremos el mal desde la raíz; esto en una justicia perfecta.
Esta forma de crear justicia a grandes visos no es nada fácil, pues primero implica que el perjudicado pueda perdonar al que le hizo daño. Además, que el ofensor tenga un sincero deseo de no volverlo a dañar.
Este tipo de proceso de justicia se hace con las personas a las que uno ama, a nuestros hijos, nuestro cónyuge, nuestros padres, etc. porque precisamente queremos que ellos tengan un corazón puro, junto a un proceder fecundo lleno de obras de amor y caridad, incapaces de pasar por encima de sus semejantes.
Es justamente lo que nuestro Dios, Padre de todos nosotros, hace con cada uno de sus hijos, seres imperfectos, a pesar que cada día tropiezan y vuelven a caer, nos da la oportunidad de comenzar cada día, sin importar lo egoístas, prepotentes, temerosos o desconfiados que seamos, continuamente nos invita a arrepentirnos y a volvernos seres justos. Ese es el objetivo: cambiar de vida, evitar el mal y tener la energía de seguir edificando nuestras vidas según la obra de Dios.
La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. (San Juan Pablo II, 1999)
La misericordia es el atributo de Dios que extiende su compasión a aquellos en necesidad. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento ilustran que Dios desea mostrar su misericordia al pecador. Uno debe humildemente aceptar la misericordia; no puede ser ganada. Como Cristo ha sido misericordioso, también nosotros estamos llamados a ejercer compasión hacia otros, perdonando -como dicen las palabras de Jesús- “setenta veces siete” (Mt 18:22).
Para entender más acerca de la misericordia, el mismo Jesús nos lo explica a través de parábolas, además y, ante todo, Él mismo personifica y encarna, la misericordia.
El contenido de la parábola del hijo pródigo nos deja una lección de justicia misericordiosa que traspasa el significado de justicia, cuando éste regresa al hogar luego de dilapidar la fortuna de su familia y su buen nombre; él debería trabajar y ganarse su sustento y poco a poco cierta cantidad de bienes materiales, debía sufrir y pagar con creces sus errores y la miseria moral en la que cayó, pero al fin y al cabo era un hijo y su padre no dejaría de considerarlo así, es fiel al amor que siente a su hijo, cuando el amor filial no humilla sino al contrario lo perdona y lo acoge en su casa. El hijo pródigo era consciente de ello y es precisamente tal con- ciencia lo que le muestra con claridad la dignidad pérdida y lo que le hace valorar con rectitud el puesto que podía corresponderle aún en casa de su padre. El amor no humilla, sino que revaloriza al ser humano, el que es objeto de misericordia es hallado de nuevo, gana una nueva oportunidad de comenzar (San Juan Pablo II, 1999).
La misericordia no es contraria a la justicia, porque a través de ella Dios le da al pecador la oportunidad de arrepentirse, convertirse y creer. Por supuesto añade el Papa Francisco I (2015). “eso no significa devaluar a la justicia o que no sea necesaria, por el contrario, los que cometen errores tendrán que cumplir la pena, solo que esto no es el fin sino el principio de la conversión, porque experimentamos la dulzura del perdón”, el santo padre señala que el amor es la base de la verdadera justicia. Como san Agustín decía “es más fácil que Dios contenga la ira que la misericordia”.
Pero todo esto no significa que tenemos asegurada la vida eterna solo por la misericordia, es necesario tener un profundo arrepentimiento, Dios perdona al hombre que se lo pide, pero debe tener un profundo arrepentimiento y propósito de enmienda, como cuando Jesús perdona al ladrón arrepentido (Lucas 23, 39-43). “Hay más alegría en el Cielo por un ladrón que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”. (Lucas 15, 7).
Sin embargo, la misericordia no elimina la culpa del hombre por sus pecados, ni de pedir perdón ni de su penitencia posterior. Los santos de la historia, desde los tiempos de nuestro Señor Jesucristo hasta la actualidad, han hecho grandes penitencias. Esto no significa que no existe condena para los que han pecado abiertamente, rechazando a Dios y sus semejantes; para estos existe el infierno. Jesús premia a los que actuaron misericordiosamente con los más necesitados “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. (Mateo, 5, 7).
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